Mundos de ciencia ficción

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Cuando imaginamos mundos de ciencia ficción solemos pensar en vastas ciudades de espigados edificios con piel de cristal, titánicos carteles publicitarios con sonrisas femeninas y luces de neón que brillan en una noche sempiterna. Un lugar donde robots y hombres biónicos, donde vehículos voladores y letales armas láser, donde extrañas tribus urbanas y poderosos círculos de poder coexisten en sincronía. Una megalópolis gris, sucia, húmeda y deshumanizada que alberga oscuros secretos en cada recoveco que se perderán en el tiempo y que, ni la incesante lluvia que cae como lágrimas, puede diluir.

Cuando imaginamos mundos de ciencia ficción soñamos con viajar en el tiempo a bordo de una máquina que nos permita visitar tanto el imperturbable pasado como el maleable futuro. Montarnos en un Delorean  para cambiar sucesos de nuestros familiares más cercanos y modificar así nuestra propia existencia. Viajar en un cohete espacial en busca de nuevos mundos para encontrarnos nuevamente en el nuestro aunque algo más simiesco. Construir un vehículo con el sillón de casa para explorar un post-apocalítico futuro lejano y acabar liderando una revuelta contra voraces criaturas infrahumanas.

Cuando imaginamos mundos de ciencia ficción nos fascinamos con naves interplanetarias que viajan a la velocidad de la luz – o más – visitando galaxias, recorriendo mundos y conociendo extraterrestres de todo tipo. Nos imaginamos moviendo objetos con nuestra fuerza interior mientras esgrimimos una fulgurante espada láser contra nuestro acérrimo enemigo. Nos vemos tele-transportados desde la Sala de Mandos de una nave al firme suelo de un planeta inhóspito en compañía de un alienígena de orejas puntiagudas. Nos encontramos inmersos en épicas batallas entre confederaciones interestelares posicionándonos en uno u otro bando.

Lo que no imaginamos cuando imaginamos mundos de ciencia ficción es que somos seres aún más cultos, libres y sabios de lo que ahora somos. Seres que evolucionaron dejando atrás creencias y teorías, ¡patrañas y cuentos!, sobre entidades superiores omnipresentes y omniscientes. Humanos que fueron capaces de arrinconar las suposiciones, las verdades no demostradas, las imágenes sacras, la veneración basada en la fe y los falsos mitos en pro de la búsqueda del conocimiento y la verdad. Un conocimiento que sólo puede conseguirse a través de la ciencia y no de la ficción. Una verdad que sólo aflora de la observación, la investigación, la prueba y el error, la conjetura primero y el valor empírico después, el planteamiento y el continuo replanteamiento de la realidad que nos rodea y de la que formamos parte.

La última encuesta sobre Percepción Social de la Ciencia que se ha realizado en España, ha sacado a la luz datos – al contrario que las creencias religiosas, éstos tienen una base real y contrastable – como que más de un 25% de la población cree todavía que el Sol gira alrededor de la Tierra, que un 40% piensa que toda la radioactividad del planeta la producimos nosotros, que casi un 20% aún duda que el ser humano haya evolucionado de una especie animal anterior parecida al mono o que un 30% piensa que alguna vez la raza humana convivió con los dinosaurios  (esto lo podéis encontrar en la página 10 del Dossier Informativo del link anterior). No obstante varios medios de comunicación valoran los resultados como positivos ya que hemos pasado del 58,5% de respuestas correctas al 70,4%. ¿Podemos sentirnos orgullosos? A mi parecer, no. La mayoría de preguntas del formulario son básicas en cuanto a ciencia y, si un 30% de la población española no ha conseguido responderlas correctamente, puede que tengamos un serio problema de educación científica. Es cierto que existe mucha gente que no ha recibido la formación adecuada, sobretodo de más de 50 años, pero si aprendieron la obra y milagros de decenas de santos y vírgenes y son capaces de recitar oraciones y rezos de carrerilla, no veo porqué no pueden descubrir que el rayo láser funciona por la concentración de rayos de luz o que el centro de la tierra es un núcleo de hierro y níquel supercaliente. Sólo les hace falta tiempo y eso se consigue optimizándolo. Habrá que dejar de ir a misa, de escuchar sermones, de leer versículos y de preocuparse  por los inexistentes ojos en el cielo que nos vigilan si queremos ‘progresar adecuadamente’.

La ciencia tiene la virtud de aparcar la fe ciega a un lado para desentrañar el universo con el objetivo de convertirnos, cada vez más, en seres de ciencia ficción.